Se han dicho muchas tonterías sobre la imagen social del bibliotecario. Más sobre la bibliotecaria. Y sobre todo se han dicho en inglés. Yo voy a decir una cuantas tonterías más, en español, pero sobre todo voy a intentar colgar fotos que reflejan nuestro lado más extraño.

29.5.07

Richard Scarry

Richard Scarry es un ilustrador de libros infantiles, inglés, y pasado de moda. Sus grandes obras datan de las décadas de los 60 y los 70 de lo que se viene dando en llamar "el pasado siglo" y que no es otra cosa que la época en que habéis nacido todos y cada uno de vosotros, intangibles lectores. En casa tenemos varios libros de Richard Scarry precisamente de esa época y comprados en el Reino Unido, en los 60, y me he dedicado a buscar y escanear unas cuantas imágenes de un par de ellos, por el tema de lo mío, lo de la imagen social del bibliotecario.

Inglaterra es, para quien no haya viajado, que haberlos haylos, un país con bibliotecas. Y esta es una cosa en la que viene destacando desde hace cosa de 250 años para empezar a hablar, según tengo entendido. 250 años teniendo bibliotecas (no depósitos de libros, me refiero a bibliotecas) dan para mucho, y han conseguido que la gente lea, por ejemplo, o cosas como que desde hace más de 30 años cuando un ciudadano británico de un pueblo necesita una información (la programación de la tele, la previsión del tiempo, el teléfono de una tintorería, el PIB de Gambia, las farmacias de guardia, lo que dijo Shakespeare que le dijo Hamlet a Horacio mirando pasar las nubes por el cielo, las mil maneras de decir lo mismo en las novelas de Barbara Cartland, cómo se debe podar un rododendro, dónde alojarse en Moscú, cómo se conjugan los verbos franceses, o la esencia del ente en sí frente a la entidad del ser en sí mismo en Kierkegaard, por ejemplo) cuando un ciudadano necesita algo de esto, digo, va a la biblioteca y lo encuentra. A la biblioteca pública, a la que canto.

Esto ha provocado que los niños británicos posean una imagen social del bibliotecario, y a continuación que los ilustradores de libros infantiles plasmen esa imagen de la forma que aquí os cuento, con Richard Scarry como ejemplo. Saquemos algunas conclusiones:
  1. Entre los bibliotecarios abundan los conejos, aunque también hay perros, gatos, gallinas, cerdos, cabras...
  2. El sexo femenino es mayoritario, pero no único
  3. Las bibliotecarias, en general, sonríen
  4. Las bibliotecarias, en general, van descalzas
  5. Las bibliotecarias tienen tendencia a vestir de tonos azules o malvas, sean gatas, gallinas, cerdas o conejas; entre los bibliotecarios macho no hay uniformidad
  6. Las bibliotecarias atienden público infantil (conejitos, gatitos, ratoncitos) y adulto (tigres, tejones)
Que vengan los sociólogos de la Biblioteconomía y hagan unos gráficos. Yo, por mi parte, creo que las conclusiones hablan por sí solas y por ello no digo nada más.

Expongo imágenes:

En una página sobre tipos de edificios, entre una catedral, una fábrica, una iglesia y una mezquita figura una moderna biblioteca, sin duda el más acogedor de todos los edificios. Véanlo más de cerca:
Veamos ahora a la bibliotecaria en acción:

Recomendando lecturas...


Prestando un libro...

Leyendo un cuento...

Tirando el papel al reciclaje...

Escondiéndose de los usuarios...

Mandando callar...


Colocando los libros en las estanterías...

Adorando a sus encantadores usuarios...

Ordenando las colecciones de revistas y periódicos...

Leyendo...

Leyendo más cuentos a los niños...

Terminando de leer cuentos a los niños...


¡Hala, a disfrutar!


¡Y a comprar más libros!






21.5.07

Beda el Friki


El 25 de mayo se celebra el Día del Orgullo Friki, (ya se habló aquí de ello el año pasado) y aunque teóricamente se conmemora el estreno de La Guerra de las Galaxias, a mí me ha dado más bien por pensar que se trata de un inconfesable homenaje a San Beda, el Venerable, santo friki, entre otras cosas, y cuya fiesta celebra la Iglesia precisamente en 25 de mayo.

Suele considerarse a Beda el Venerable (¿no se dirá Veda el Venerable, o Beda el Benerable?) como un santo escritor y erudito; eso en realidad no es nada, porque santos escritores los hay a patadas, y lo de erudito, pues es muy relativo; yo creo que a Beda, o San Beda, se le podría hacer no patrono de los bibliotecarios, sino de los, digamos, information scientists, o information brokers, o communication facilitators, o knowledge architechts, o media seekers, o science pathfinders, o scholarly managers. Beda era, ante todo, un profesional de la información, y lo voy a demostrar.

Según nos cuenta la Wikipedia, Beda (Wearmouth, 673 - Wearmouth, 735) se dedicó sobre todo a acumular libros para la biblioteca de su monasterio, sobre todo tipo de conocimientos, y que además escribió entre 300 y 500 títulos, que pasan por la historia, las matemáticas, la métrica, la música, los comentarios bíblicos, dactilografía, comentarios de los clásicos griegos y latinos, teología, vidas de santos, cronología, gramática, dialéctica, cosmología, lenguaje de signos, retórica, filosofía, meteorología, física y, sobre todo, historia de la Iglesia. Ingresó en el monasterio a los 7 años; fue ordenado diácono a los 19 y sacerdote a los 30; murió con 62 en el mismo monasterio donde está enterrado.

Pero ser un polígrafo como la copa de un pino, como mi amigo Don Marcelino Menéndez Pelayo, o como sir Robert Burton, por otra parte, no lo convierte a uno en un profesional de la información. Entonces ¿por qué arrimo el ascua de Beda a mi sardina de las bibliotecas? Porque quiero demostrar que este hombre fue bibliotecario, célebre pero por otra cosa, que para eso me pagan.
  • Beda inventó la nota a pie de página: en una controversia sobre la cronología cristiana, y argumentando una opinión distinta de la de su obispo, Beda citó la fuente en la que se basaba, y la citó en una nota al pie. Reconoced, bibliotecarios, que adoráis las notas a pie de página.
  • Beda fue escrupuloso citando fuentes bibliográficas: a partir de este incidente con su jefe, Beda se aficionó a recopilar fuentes (primarias, secundarias, y fuentes de fuentes) y a citarlas de modo sistemático y ordenado, y animaba a sus alumnos a usar fuentes fidedignas y citarlas de forma ordenada. Los bibliotecarios abrimos los libros por atrás, para ver qué tal citan las fuentes y qué tipo de índices tienen.
  • Beda se convirtió en el padre de la bibliografía al redactar la primera auto-bio-bibliografía: Notitia de se ipso et de libris suis, que ofrece una breve pero sistemática descripción de todo lo que llevaba escrito hasta el momento (año 731).
  • Se especula con la posibilidad de que actuara además como líder sindical en su monasterio, ya que entre sus apotegmas se encuentra éste, claramente orientado a la defensa de las condiciones de trabajo de sus compañeros: "Viene la noche, y ya nadie puede trabajar" (Homilías)
  • Dice el "Año cristiano" (Biblioteca de Autores Cristianos, 1966, t. II, pp. 456-461) que "su ciencia no era propiamente ciencia de archivo, ciencia de almacén, sino ciencia de fábrica. Abeja laboriosa, sabía libar lo más exquisito, elaborarlo y transformarlo, para provecho propio y ajeno". Esto se llama ahora selección de fuentes, búsqueda documental, análisis de contenido, redacción sintética de abstracts, difusión selectiva de la información.
  • Cuentan que, estando ciego (como Borges, por otra parte) uno de sus discípulos lo condujo ante un montón de piedras y le dijo que tenía ante sí una multutud que esperaba oírle; Beda predicó a las piedras durante todo el día, y al finalizar, las piedras exclamaron "Amén". ¿No es esto un precedente claro de nuestras charlas de formación de usuarios a los alumnos de primero de carrera?
  • El hecho de que abunden las representaciones de Beda con un libro en la mano, y frecuentemente sentado tras un mostrador de información bibliográfica, y junto a una estantería repleta de libros ordenados, sólo nos puede hacer concluir que Beda fue bibliotecario, célebre pero por otra cosa.

Por ejemplo, en este bajorrelieve en madera se le ve en el mostrador de entrada a la Biblioteca (¡vean la entrada, con un arco trilobulado!), leyendo el código de barras de un libro que le han devuelto.

O en este relieve en marfil, metido en el back-office de referencia e información bibliográfica, analizando un recurso de información, sentado en una postura bastante incómoda, mientras un pajarito algo le susurra: la imaginería surrealista, es lo que tiene.


Esta es la pinta que tenía Beda cuando apatrullaba la sala de lectura mandando callar a los estudiantes ruidosos, cuyos nombres apuntaba en una lista, el Index Alumnorum Suspendentes.


Y aquí le podemos ver instruyendo a su nuevo becario sobre el orden de los auxiliares de la CDU, para que aprenda a colocar los libros adecuadamente; obsérvese que lo hace bajo la mirada atenta de dos compañeros, que practican así el benchmarking.


En esta se le ve claramente preocupado, leyendo el periódico de la mañana, porque no consigue resolver el sudoku a pesar de sus vastos conocimientos matemáticos.


Y terminamos con este grabado de una obra atribuida al taller de Gutenberg, la Crónica de Nuremberg, en la que vemos su nombre en latín: Beda venerabilis. ¿Y saben ustedes por qué es venerable este señor? Pues porque, cuenta la leyenda, cuando murío Beda, el monje que tuvo que tallar la lápida con una inscripción escribió:
Hoc sunt in fossa
Beda ... ossa
donde los puntos suspensivos, como todo el mundo sabe, significan "aquí no sé qué poner para que rime"; de modo que se fue a dormir el monje masón, y cuando despertó por la mañana los ángeles habían terminado su trabajo así:

Hoc sunt in fossa
Beda venerabilis ossa
Se especula con la posibilidad de que se trate de los mismos ángeles que le terminaban el trabajo a San Isidro, aunque eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...

¡Salud!


4.5.07

Borgiana Amat


Hace unos meses leí uno de los libros de Nuria Amat que compré hace años en un saldo, y llevo desde entonces con él en la mesilla esperando a ver si me decido yo a escribir algo similar, a ver si me forro de una vez por todas. Ya os contaré. Pero la cosa que me lleva, o me trae hoy hasta ella es que voy a copiar unos párrafos que he encontrado dentro y que, aunque nos nos hablen realmente de la imagen social del bibliotecario, tienen algo que ver porque hablan de algunos de mis queridos bibliotecarios célebres pero por otra cosa, de merecida fama mundial. Ella misma es una bibliotecaria, célebre pero por otra cosa, (por el tema de los plagios, fue condenada a retirar un manual de documentación) que merecería entrada aparte en mi desordenado directorio de bibliotecarios eximios, ya veremos si da tanto de sí la cosa.

Hablando de plagios traigo a colación uno famoso, de doña ARQ, que aún pillada plagiando in fraganti acusó de haberle cambiado los papeles... ¡al documentalista! que encima era su cuñado, por lo visto. Se nos pasó el denunciarla, si tuviéramos colegio profesional estas cosas no pasarían, ya os digo. Colegio de documentalistas, no de cuñados, aclaro, terminológico que soy.


Volviendo a nuestra autora, Nuria Amat dijo una vez en una entrevista: "ser escritor significa ser un ladrón o ladrona de instantes ajenos y perversos." Y otra vez: "La universidad española de hoy está muerta, punto. Es un sistema burocrático absurdo." Y tambien: "Para entrar en este ámbito literario que a mí me interesa hay que haber leído mucho e incluso yo diría haber copiado en el sentido de que tienes que tener influencias, la única manera de tener esta voz propia, esta mirada particular en el mundo literario sale después de haberse empapado de estos autores." Otrosí: "La universidad es una máquina que distorsiona el pensamiento creativo. (...) Es el reino de la mediocridad."


La cosa es que nuestra autora, que, aclaro, estoy encantado de conocer aunque hace 15 años yo ya leía sus obras de Biblioteconomía y Documentación y hace 12 o así coincidí con ella en un curso de verano de El Escorial, todo glamour bibliotecario por cierto, decía que nuestra autora no deja tintero con cabeza cuando se trata de hablar mal de los bibliotecarios, sus colegas o ex-colegas, y por eso la traigo, por la mala imagen social del bibliotecario, que tambien merece su lugar en el mundo.

Se trata de este libro: Viajar es muy difícil: Manual de ruta para lectores periféricos. Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1994.

Y este capítulo: Deseo de ser funcionario

...los compañeros de Kavafis se limitaban a cumplir con sus trabajos rutinarios, y dejaban al escritor dormitar en paz con sus libros y sus tristes musarañas. Más gravosa es la situación de aquellos escritores que deben compartir parte de sus vidas con funcionarios de bibliotecas. Esta clase de funcionarios se arroga el poder de ser dueño y soberano de los libros, aunque evidentemente no se moleste en leerlos, ya que limita todo su tiempo de lectura a la descripción de portadas. Y ese poder del bibliotecario-funcionario le impedirá aceptar jamás que el desdichado pelagatos que tiene como vecino en su tarea de registro y catalogación de libros pueda ser capaz alguna vez de escribirlos. Esta actitud típica de los bibliotecarios con sus colegas escritores hizo sufrir mucho a Jorge Luis Borges durante los diez años que trabajó en la biblioteca Miguel Cané, de Buenos Aires. Según cuenta su secretario, Rodolfo Alfaro: "Fueron años que recordaba con profunda amargura. Irónicamente, por esa misma época era un escritor famoso, excepto, claro, en la misma biblioteca. En una ocasión un compañero de tareas señaló en una enciclopedia el nombre de un tal Jorge Luis Borges. Al parecer ese señor no salía de su asombro al comprobar la coincidencia de nombres y fechas con el bibliotecario ciego y perezoso que tenía enfrente."

¿No les recuerda anécdotas contadas en el célebre post de este blog llamado "Hay un artista a tu lado"? Todos podemos estar rodeados de artistas, de grandes escritores olvidados, o de estrellas mediáticas, nunca se sabe. Por otra parte, como ya se contó aquí (puro plagio de otro sitio), Borges contó que sus colegas de la biblioteca Miguel Cané de Buenos Aires no sólo no le molestaban sino que le dejaron la llave de la azotea para que subiera un rato a tomar el aire, y él allí se quedó a escribir tan plácido.


Otro capítulo del libro de Nuria Amat: ¿Qué hago yo en Praga?
El lector se quedaría atónito si conociera los datos estadísticos sobre la cantidad de escritores que un día u otro de sus vidas pretendieron obtener un puesto de guardián de libros y desistieron al conocer el mínimo salario que este trabajo reportaba. De entre ellos también es cierto que hubo muchos que cambiaron de parecer precisamente por considerar dicha tarea lujosa y reconfortable en extremo. (...)

Sólo los escritores que disfrutan de un patrimonio o una renta, o aquellos otros que padecen el síndrome de la Torre de Babel, no sienten ni por asomo el deseo de ser bibliotecarios. Esta última enfermedad suele producirla el convivir con una infinitud de libros; quienes la pedecen sufren de inapetencia absoluta de escritura, dada la inutilidad de añadir otro volumen a la portentosa galería. Se apodera del escritor una especie de pánico hacia la letra escrita. A causa de ese mal sin cura ni remedio se frustraron grandes y poderosos talentos hoy desconocidos.


Atando cabos, una cosa lleva a la otra. Un escritor que tambien frecuento últimamente, Alberto Manguel, toca tangencialmente alguno de los puntos de los que hemos mencionado. Es un escritor que muchos conocemos por su "Una historia de la lectura" (ojo a que es "una" y no "la" historia de la lectura) y que yo conozco antes que vosotros porque compré la obra en su original inglés, hace años, de saldo, en un mercadillo de libros al aire libre en Amsterdam. Al libro sólo le falta un capítulo "Reading is sexy" que debería escribirle yo, documentalista al que tal vez podría acusar luego de plagiario, si eso. Alberto Manguel fue secretario de Jorge Luis Borges una temporada (leía libros en voz alta al bibliotecario ciego y perezoso) y aquí se ha hablado de otro secretario de Borges. Alberto Manguel ha publicado recientemente en España el libro "La biblioteca de noche", en el que entre multitud de anécdotas y reflexiones bibliotecarias, nos informa de algún otro bibliotecario célebre pero por otra cosa (una hermana de Vladimir Nabokov, por ejemplo, o Leibniz el de la peluca) y nos informa además de que él mismo ha formado parte de esa inextrutable estadística de la que nos habla Nuria Amat, la de los escritores que en algún momento de sus vidas han deseado ser bibliotecarios. Lo que, cuadrando el círculo, vendría a significar que Manguel o bien no tiene un grueso patrimonio ni una gruesa renta, o bien no padece el síndrome de la Torre de Babel. Quod erat demostrandum.

¡Hala, a disfrutar!

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