Se han dicho muchas tonterías sobre la imagen social del bibliotecario. Más sobre la bibliotecaria. Y sobre todo se han dicho en inglés. Yo voy a decir una cuantas tonterías más, en español, pero sobre todo voy a intentar colgar fotos que reflejan nuestro lado más extraño.

13.6.06

Operación bikini


He leído un bonito episodio ligotecario justo cuando estaba redactando mi post veraniego pre-vacacional: "Cómo intenté ligarme a la bibliotecaria pelirroja". Me ha venido al pelo, porque con esta moda de ahora de sacar las bibliotecas a las piscinas y a las playas se liga más, qué duda cabe. Ya sabéis cuál es mi política: no es que no me importe parecer frívolo, sino que soy frívolo sobre todo cuando trato de cosas serias, o tenidas por serias. Y las bibliotecas son, para la pequeña parte de la población española que ha oído alguna vez hablar de ellas, consideradas dentro del saco de las "cosas serias". Pero las bibliotecas -algunas bibliotecas públicas, quiero decir- se vuelven menos serias en verano. Ya lo decía Fernando Fernan-Gómez, "Las bibliotecas son para el verano" ¿no? Y se nota, de un tiempo a esta parte, en que algunas bibliotecas se refrescan y hacen su particular extensión bibliotecaria por el método de las bibliopiscinas o de las biblioplayeras.

Nos han enseñado que la extensión cultural en las bibliotecas son actividades como libro-forum, exposiciones, conciertos, clubes de lectura, talleres de narrativa... (actividades culturales dentro de las instalaciones de la biblioteca, y con sus medios) y que la extensión bibliotecaria es llevar la biblioteca y las actividades que le son propias fuera de las instalaciones de la biblioteca (bibliobus, préstamo colectivo, atención a domicilio, puntos de servicio de préstamo en lugares públicos como mercados, piscinas o playas...)

Osea que hoy vamos a hablar de un tema serio y sesudo, para que luego me llamen frívolo: vamos a hablar de una actividad de extensión bibliotecaria.

Había una vez una biblioteca, que en verano se extendía. Era un efecto del calor: en verano, con el calor, los cuerpos se dilatan, y se extienden. Los cuerpos de los bibliotecarios y de las bibliotecarias se dilatan por el calor, y se extienden: empiezan a aparecer pequeños pedazos de anatomía bibliotecaria que pasaron el invierno a cubierto y que salen a tomar el sol. Es por efecto de la dilatación. También se dilatan las bibliotecas: los libros no nos caben en los estantes, y los lectores no nos caben en las sillas, de modo que lo sacamos todo fuera, colonizamos el espacio exterior y de paso damos un servicio público de esos que luego salen en las noticias de la televisión local en la franja horaria de mediodía.

Incluso en las ciudades del interior y sin costa, como París, se pueden instalar biblioplayeras: en el caso de la foto de arriba, en las orillas del Sena, con orillas de arena artificial y con pinzas en las narices para aguantar el mal olor que -dicen- emana de tan romántico río. Para la foto se quitaron las pinzas, los muy chovinistas.

Esta otra foto es de la misma Francia, pero de un lugar de la costa (azul, supongo) donde se practica la biblioplayera. Y aquí sí que tenemos a la vista a las bibliotecarias: han reconvertido el famoso carrito del helao en especie de bibliobus playero, se han puesto de tirantes, y ¡hala! a esperar al personal. La chica que se ve en segundo plano es lo que se llama "el back office", siendo el carrito del helao "el front office". Y no me preguntéis por qué la foto sale en una revista con un texto en japonés, yo qué se.

Una vez, en Francia, se les fue de la mano eso de las bibliotecas en plan festivo a las orillas de los ríos o de los mares (la mer, la merde...) y la pusieron la biblioteca tan cerca del agua que los usuarios tenían que llegar en barca y cuando la marea estaba alta pues vale, pero cuando bajaba la marea ya véis cómo tenían que hacer para salir de la sala de lectura las señoras.

Y otra foto de Francia, de los muelles del Sena. Cómo se nota que aquí no hacía calorcito: se sospecha la bibliotecaria en la oscuridad de la caseta de la derecha, y parece un cura con sotana y alzacuellos. Pero fijaos en los pequeños elementos que nos revelan la existencia de una rancia tradición bibliotecaria: la palabra biblioteca escrita en 3 idiomas (dont l'espagnol aussi), atienden tanto a hombres como a mujeres, e incluso si los hombres se acercan al mostrador vestidos de pocero (y oliendo a bacinilla pourtant); pero observen cómo el caballero pocero se quita el sombrero. Savoir-faire...


Y en España pues que también hacemos cosas de estas, ahora. Y como calor hace más, pues las cosas se dilatan más (por ejemplo, el verano se dilata hasta septiembre, y si no apruebas en septiembre la carrera se dilata un año entero) y las bibliotecas se extienden más por el término municipal playero o por los alrededores de la piscina pública. Esta foto de arriba por ejemplo es de un bibliotecario (con gorra) impartiendo una charla de formación de usuarios sobre localización de tebeos en las estanterías a un grupo de niños (sin gorra) totalmente desinhibidos. Se protegen del sol por una carpa, luego sale en otras fotos.


Véase un modelo de carpa biblioplayera. Imaginarse la calor que debe de hacer ahí dentro: cante a sudor, a pieles engrasadas de coppertone, a bocadillo de anchoas matutino, encima del humo de los coches (pegaítos a la carpa, obsérves el extremo izquiero de la foto). Lo de la silla infantil en la puerta no lo entiendo ¿otra vez el front-office?

Otra carpa biblioplayera: esta vez de diseño, del Ayuntamiento de Benidorm. Tiene un aire entre pecera de vidrio y tienda bereber del Sáhara. No, si el diseño mola, pero de la definición carrionana de biblioteca ("colección de libros debidamente organizada para su uso") como que echo de menos que tuviera algún librejo y alguna que otra estantería donde colocarlo. Por lo demás, es guay.


Esta, en serio: en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), municipio ejemplarmente bibliotecario por obra de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, se instala en verano esta bibliopiscina. Creo que han dado en el clavo: de lejos parece un chiringuito de cervezas y aceitunas; te acercas (sin gafas) y descubres que lo que tienen son libros, revistas, tebeos. Te sientas en una mesa, bajo el parasol, y lees. La pregunta es ¿acompañado de una cervecita? La combinación es ideal y la disposición de las instalaciones invita.

Ahora van tres imágenes de más bibliopiscinas o biblioplayeras españolas: no las puedo ir comentando una por una que tengo otras fotos y se me acaba la inventiva. Ahí va la ristra:


Bien. Ahora pasemos a otro tema: posibilidades que nos da lo de la biblioteca en combinación con la piscina, o los libros en combinación con la arena de la playa. Vamos a ver otra serie de imágenes que quiero compartir:



Por ejemplo, este libro. Se llama "La biblioteca de la piscina" y por eso me lo ofrecen los buscadores de imágenes cuando ando detrás de imágenes de bibliotecas en las piscinas. ¿Alguien lo ha leído? ¿Sabé el por qué del título? Yo no.

Luego está esta: se trata de la "State Library of Western Australia Swimming Pool". O sea, no es que tengan un lago decorativo en la puerta de la biblioteca, ni que haya una piscina pública cerca de la biblioteca pública, o que compartan instalaciones. No. Es la Piscina de la Biblioteca Pública de Australia del Oeste. Obsérvese una señora nadando, con gorrito. Se ve poco. La biblioteca será grande, pero la piscina sí que es tocha. En Australia en realidad todo debe de ser, según dicen, desmesurado.

Y esta es para darnos la razón en lo de que las bibliotecas son para el verano, igual que las bicicletas son para el verano. Ergo, las bibliotecas y las bicicletas se usan al mismo tiempo. Aquí tenemos el caso de la Biblioteca Pública de la Larga Playa: la playa es tan larga que la gente se desplaza en bicicleta para llegar a la biblioteca. El señor del sombrero negro y las gafas oscuras es el aparcacoches. En Miami están que lo tiran.

En Chicago en cambio los puestos de lectura de la biblioteca pública en los meses estivales tienen este aspecto tan fino y elegante: tumbona tapizada de rayas marineras, sombrilla de color alegre, visera para el sol. Todo el mundo tiene un aspecto feliz, el avión vuela despacio, el rascacielos junto a la costa no ofende a nadie, hay sitio de sobra, los niños no salpican de arena, el sol calienta pero no quema las piernecillas de la lectora, que asoman fuera de la sombrilla, en sus cautos shorts.

Y estas son las bibliotecarias de Chicago, en verano. De izquierda a derecha son Sally, Molly, Peggie, Susie, Kathy, Julie y Dolly. Son las antecesoras, evidentemente, de las Maruja's Corner. Los científicos del Chicago Center of Advanced Studies of Microglasses diseñaron para ellas unas lentillas especiales, para que se quitaran las gafas en verano, y los del Illinois Institute of Summer Microwear les diseñaron los bikinis, probablemente primicia mundial en el ámbito bibliotecario.

En el mismo Chicago se encotraba la hoy desaparecida "Public Library and Fitness Center in Downtown", que fue derruida para levantar un nudo de autopistas. Era otro caso de biblioteca con piscina dentro, en este caso piscina cubierta. Cuando se cerraba la biblioteca, a las 8, los bibliotecarios se bañaban in puribus. Aquí en la foto Roger que se tira al agua y Manfred que espera en el trampolín.



Y para no salirnos de los Estados Unidos, aquí ofrezco una imagen submarina de la biblioteca sumergida de Nueva Orleans, cuando el diluvio.


En bibliotecas se secano, como en Hellín, Tomelloso, Ajofrín o Candelario se pueden programar en las bibliotecas públicas actividades acuáticas fingidas. Por ejemplo en esta los niños fingen que están pescando peces en el lago inexistente, cuando en realidad es algo así como una ginkana (o como leches se escriba) literaria. Otra idea de secano puede ser poner barreños con agua cerca de las estanterías, anunciar el cierre por megafonía con música hawaiana, o poner el mechero encendido en un sprinkler para que salte el riego anti-incendios.

En cuanto a la playa, lo de prestar libros de la biblioteca cerca o en la misma playa tiene sus riesgos, como que te los pringuen de coppertone o de helado, que te los llenen de arena o te los mojen de agua salada, pero también tiene sus maravillas. He aquí, en la foto de más arriba, una de ellas: en 2004 el niño Charles Clifford Brown, de 11 años, viajaba con sus padres en verano por el sur de Inglaterra, y vieron, cómo no, un bonito atardecer desde las praderas de Stonehenge. La mañana siguiente partieron para Brighton, donde se alojaron en un hotel playero. Charlie se levantó temprano, acudió a la Biblioteca Pública de Brighton (junto al Circo) y sacó prestadas todas las obras que pudo sobre megalitos, celtas, cultos solares, arqueología y levantamiento de pesas; fue a la playa, buscó un lugar adecuado, y reprodujo para asombro de propios y extraños este bonito círculo megalítico-librario, que fue fotografiado por la bibliotecaria antes de reprender a su joven usuario por el maltrato a los libros. Pero luego la bibliotecaria se quedó pensando si no habría hecho mal...

Y para terminar, unas series de fotos que en realidad ya he publicado aquí otras veces, pero qué le vamos a hacer. Se trata, en primer lugar, de bibliotecarios y bibliotecarias en bañador (o similar). Son estas:





Y la última ristra: lectoras leyendo en la playa o en la piscina. Todas las publiqué en lo de Reading is sexy, ya sé. Y ya sé que son todo chicas. Si no te interesa volver a verlas, con no seguir leyendo, ya está. Pero como resulta que he notado, ya lo comenté, que cuando cuelgo fotos de chicas ligeritas de ropa tengo más visitas a mi bitácora, pues vuelvo por las andadas y aumento las estadísticas.















¡Hala, a disfrutar! Yo me voy a la playa.
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