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Joyce hablaba de epifanías, Kandinski los llamaba pequeñas alegrías. Son algo más que sinestesias: a mí me pasan epifanías sinestésicas. Estoy leyendo un libro con la radio encendida y en la radio alguien habla de ese libro, o en mi libro alguien menciona la música que está sonando en la radio. ¿A tí no te pasa? Ojo, que no estoy hablando de fenómenos para anormales, sino de la poesía de la cotidianedad.
Y tampoco es un deja vu. Los bibliotecarios tenemos montones de deja vus: cuando en la enésima reunión de mejora de la cosa bibliotecaria oímos las mismas ideas remodeladas bajo las formas de la nueva moda; cuando mandamos apagar el móvil por centésima vez en la misma mañana; cuando colocamos el mismo libro en el mismo lugar todas las tardes a la misma hora.
Traigo esto a cuento porque he leído en una bibliobitácora llamada "Transitory Reading" un post titulado "Odd Librarian Out" (imagina por qué he llegado hasta allí) y que me voy a tomar el placer de traducir (con harta libertad y cambiando el final) en esta tarde cargada de tensión pre-exámenes:
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Estoy procesando esta información y mirando por la ventana, buscando algo que de nuevo me llame la atención, cuando el autobús para de nuevo, y de nuevo frente a un Starbucks. No es el mismo Starbucks. Es la siguiente parada, y hay otro Starbucks. Parpadeo, me froto los ojos. En la puerta del café hay una mujer que es una réplica exacta de la mujer que ví en la anterior parada: lee el mismo libro, lleva la misma ropa, está en la misma postura, tiene el mismo bolso.
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Qué ironía. He desarrollado la capacidad para distinguir entre dos abogadas que son como dos gotas de agua, y aún estoy contenta de no parecerme en todo a ellas gracias a que yo soy morena. Por no hablar de que yo soy bibliotecaria."
Hasta aquí lo leído. Pero es evidente que no está completo. Es una especie de palimpsesto, de codicilo fragmentario que hay que leer entre líneas y al que hay que completar los huecos dejados en blanco por la incuria del tiempo. Yo veo aquí un mensaje mucho más profundo que el que parece, algo que no se puede contar fácilmente pero que alguien debe saber. A saber:
- nuestra joven amiga entró en un túnel del tiempo
- se vió a sí misma reflejada en una nueva dimensión
- fue la simple posesión de "El Código Da Vinci" lo que la transportó a un nivel de consciencia superior
- desde ese nivel conectó espiritualmente con otras lectoras del Código, almas gemelas
- el autobús simboliza el transporte etéreo, que será colectivo o no será
- parar frente a un Starbucks tiene el siguiente significado esotérico: la globalización nos alcanzará hasta la eternidad
- lo del bolso Kipling es evidente: Rudyard Kipling era masón; todo cuadra
- y si es rojo el bolso es como símbolo del vino derramado por los comisionados de la Mesa del Priorato de Sión (buen vino, el del Priorato, por cierto)
- últimos símbolos: rubia, y con nariz aguileña... (blanca y en botella, mejor ni lo explico)
- todo ello protagonizado por una bibliotecaria jurídica, nada menos: la ley y el orden agrupados en una misma persona. Esto lo explica todo.
Y no me llames conspiranoico ¿vale? ¡venga!
:-D
:-D
¡Ahora mismo me pongo a leer el dichoso código da Vinci, porque a mi eso de las cacofonías cenestésicas me pone mucho, y ya es hora de que a una le vaya pasando algo, en esta vida gris y adocenada que llevo, de hemerotecaria de papel en un mundo digital! ¡Digo!
ResponderEliminarTen cuidado no te vaya a salir una paronomasia o un oxímoron
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