Una guapa bibliotecaria de Praga fue el último amor de Albert Einstein. Con Johanna Fantova, 22 años menor que él, el físico y Premio Nobel salía a navegar en el Lago Carnegie de Princeton, Estado norteamericano de Nueva Jersey. Le escribía poemas y le dibujaba pequeñas caricaturas. E incluso le permitió cortarle su melena blanca.Y es cierto que se ha escrito poco sobre el pluriempleo bibliotecaria-peluquera, aunque nuestro personaje de hoy también encaja en la categoría de bibliotecaria-diarista o de bibliotecaria-guardiana. Me explico: buscando buscando en los cajones de los despachos de la Biblioteca universitaria de Princeton apareció un viejo cuaderno manuscrito de 62 páginas “Gespräche mit Einstein” (Conversations with Einstein), diario en el que la Fantova relata como Einstein mantuvo intacto hasta el fin de sus días ese sentido del humor que le hizo formular teorías tan simpáticas como para que aún sigamos pensando que hablaba en serio.
La Fantova, bibliotecaria temática especializada en física (se podría decir: bibliotecaria que destacaba por su físico ¿no?) convivió con su físico relativo durante años, y describió su relación en este diario, catalogado actualmente como monografía. Además, Einstein para garantizar económicamente el futuro de Johanna le dejó a su compañera de tantos años su teoría general y uniforme del campo. Y cuenta en su diario cómo Einstein veía como una cosa simpática el que le escribieran locos de todo el planeta ofreciéndole diferentes teorías de la relatividad y cosas por el estilo.
Albert Einstein, enormísimo cronopio.
Cuyo interés bibliotecario había comenzado en una visita a Ranganathan en la India. Se confundió de telefonillo (estaba escrito en sánscrito) y entró en casa de Tagore, que le ofreció un té. Einstein nunca supo de su error, según fuentes sánscritas.
¿Ustedes lo habrían notado?
¿Ustedes lo habrían notado?
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